Innovar tiene algo de provocación, especialmente en los estadios más tempranos, cuando la influencia de lo asumido y convencional puede acabar con cualquier ímpetu de cambio. Ese cambio que muchas veces es una demanda tan y tan inconsciente, que por estar, está solo en la cabeza de un puñado de iluminados, esos que antes de ser llamados “innovators” los llamaban locos. En fin, que el cambio y la innovación son vulnerables cuando no incomodos, y no pueden dejarse en manos (¿o será cabezas?) poco predispuestas.
Por eso obsesionarse a condenar la transformación de las marcas, sea en oferta o discurso, al consenso del consumidor main-streamer puede resultar no solo frustrante sino ineficaz. Hay que entender, como hemos dicho, que las marcas son organismos en transformación y adaptación. Necesitan explorar oportunidades posibles, escenarios alternativos, cambios plasmados en ideas que les darían impulso y crecimiento. Pero esas transformaciones que revitalizan tienen que surgir en el ámbito de lo posible y alternativo, no de lo cómodo y predecible. La innovación no puede surgir de la conformidad, sino de la inquietud.
Adoradores de la marca o afiliados incombustibles, tocados de cierto talento, son capaces de “soñar” su transformación sin estar a cada paso del camino cuestionándose el cambio mismo.
Pero esa semilla de cambio, ese “what-if” necesita madurar, crecer, alcanzar su definición para estar preparado para enfrentarse primero al muchas veces amigable entorno hacia la experimentación de innovadores, para lograr luego hacer ese salto de la brecha (ver “Crossing the chasm” Geoffrey A. Moore) que lleva las ideas a la gente “corriente”. Es entonces cuando tenemos que entender que la adopción no es un frio proceso mental y transaccional, sino un complejo de emociones, influencias, expectativas y necesidades, menos atento a lo que necesitamos y más pendiente de lo que queremos y deseamos. Pero esa es otra parte de la historia.
Por eso obsesionarse a condenar la transformación de las marcas, sea en oferta o discurso, al consenso del consumidor main-streamer puede resultar no solo frustrante sino ineficaz. Hay que entender, como hemos dicho, que las marcas son organismos en transformación y adaptación. Necesitan explorar oportunidades posibles, escenarios alternativos, cambios plasmados en ideas que les darían impulso y crecimiento. Pero esas transformaciones que revitalizan tienen que surgir en el ámbito de lo posible y alternativo, no de lo cómodo y predecible. La innovación no puede surgir de la conformidad, sino de la inquietud.
Adoradores de la marca o afiliados incombustibles, tocados de cierto talento, son capaces de “soñar” su transformación sin estar a cada paso del camino cuestionándose el cambio mismo.
Pero esa semilla de cambio, ese “what-if” necesita madurar, crecer, alcanzar su definición para estar preparado para enfrentarse primero al muchas veces amigable entorno hacia la experimentación de innovadores, para lograr luego hacer ese salto de la brecha (ver “Crossing the chasm” Geoffrey A. Moore) que lleva las ideas a la gente “corriente”. Es entonces cuando tenemos que entender que la adopción no es un frio proceso mental y transaccional, sino un complejo de emociones, influencias, expectativas y necesidades, menos atento a lo que necesitamos y más pendiente de lo que queremos y deseamos. Pero esa es otra parte de la historia.
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