©elena dubas
Así de duro y contundente. Así de definitivo. Esta peregrina idea de proponer que somos gestores de significados resulta que empapa, que cala, que llega alguno. Es ciertamente otra de tantas “conceptualizaciones” que armamos a toda prisa y que piensas que no es más que una nota al margen. Pero es la verdad que las marcas son tupidas, más o menos, redes de significados. Y es cierto también que sin una gestión y dominio de esos significados estamos a merced de último resoplido en los medios.
Hemos creado significados para las marcas desde la publicidad o desde el diseño, cuando procurábamos asociaciones de ideas. Lo llamábamos imagen de marca, como si fuera un reflejo en el fondo de nuestra mirada. Pero la imagen no es sino una simulación, un icono que simbólicamente representaba los significados. Detrás o por encima de la imagen estaba un entramado de significados que relacionados nos ofrecían un perfil. Pero el perfil es solo la representación de los significados que lo componen.
Cuando en la red nos amenazan con construir un denso sistema de significados que las maquinas encuentran y analizan gracias a los tags, se nos enciende la mollera y nos decimos: esa es la cuestión. Quiero decir que la cuestión es rastrear los significados. Quizás identificar los significados que son constitutivos y recurrentes. Y entonces buscarlos y acotarlos en la red: Saber donde están, de donde salen y en qué forma. Si conocemos los significados que son el aliento de mi marca entonces conozco su interior. Me creo que la marca no solo vive en un contexto de significados sino que es significado en sí mismo. Y hasta llego a pensar que lo que no significa no existe.
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