No te lo vas a creer, pero es verdad. Spots concebidos en UK y que no reciben criticas destacables para una audiencia europea, son retirados a causa de las criticas recibidas en Estados Unidos (posiblemente de modo preventivo, más que por el número de comentarios negativos). Los spots para Snickers y Heinz Deli Mayo fueron retirados de Gran Bretaña a causa de los comentarios de movimientos gays y conservadores respectivamente.
El fenómeno tiene varias dimensiones. Desde la evidencia que vivimos bajo la amenaza de un entorno demasiado hipersensibilizado y obsesionado por no herir susceptibilidades de ninguna minoría, a el hecho de que en le mundo de Internet ya no hay fronteras ni mercados y que todo es interdependiente e interconectado. Puede ser que este último aspecto sea el más sexy puesto que añade una complejidad mayor a la comunicación. Ahora tenemos una audiencia efectiva y una audiencia latente que no es significativa en términos de negocio pero si influyente y está compuesta por grupos de opinión movilizados por individuos que operan como estaciones de radar en la red. Nuestras acciones forman parte de una realidad global si son accesibles y relevantes cross-border. Naturalmente lo ocurrido con Snickers y Heinz no hubiera pasado si las marcas ni fueran marcas norteamericanas y si sus corporaciones no hubieran estado sometidas a un socio-contexto en el que la presión mediática y social de las minorías junto a la hipertrofia de las discusión sobre valores y pautas sociales lo invade todo. Adicionalmente el hecho de haberse producido en UK, en ingles, y en el caso de Snickers con un icono de la televisión americana también debe tenerse en cuenta. Pero esta sensibilidad transfronteriza está ahí latente y puede darse en cualquier momento porque el concepto de audiencia se ha desterritorializado.
Lo más importante no es el suceso en su aspecto más específico, aunque sea base de la noticia, lo más profundo es la reflexión sobre la influencia de las minorías norteamericanas y como el debate entre posturas muy polarizadas con actitudes beligerantes nos lleva a la exageración y a posiciones farisaicas sea por el sector que sea. De hecho un condicionante “extra-comunitario” lesiona nuestra libertad de expresión y nuestro sentido de la convivencia más abierto y liberal. De la misma forma que la obsesión pleiteante de los Estados Unidos puede llegar a interferir en nuestras sociedades, también puede afectarnos la incidencia insidiosa de minorías que buscan en la híper-sensibilidad mediática materia para estar presentes en el debate social.
No somos inmunes a esta obsesión que no conecta con la realidad democrática (la opinión de la mayoría) sino que se basa en el miedo a la movilización organizada y obsesiva de minorías, sean cristianos radicales o gays socio-activos.
Es un problema más en un mundo de complejidad, pensando como profesional. Pero una causa de preocupación como ciudadano porque el debate social virulento es innecesario objetivamente (pero subjetivamente muy rentable).
Somos victimas de los neo-mojigatos, de aquellos que han encontrado en el escándalo un medio para gestionar su notoriedad publica y que componen su agenda sacando las cosas de quicio.
Pedir que volvamos al sentido común es difícil, sino imposible.
De hecho yo mismo he comenzada a autocensurarme con múltiples aspectos relacionados con creencias o situaciones sociales que pueden disparar la reacción mojigata. En España corremos el riesgo de caer en esta histeria. Posiblemente con un componente menos social y más político, con los grupos de presión más como instrumentos del debate político que como verdaderos protagonistas y con la participación de una guerra de bloques mediática.
Solo se me ocurre una última reflexión: niño, no te obsesiones con Internet que luego pasa lo que pasa.
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